Prólogo de la Inconfor-güenza.

Me considero un escritor amateur de estos que lo hacen por hobby y pasión a las letras. Quisiera ser leído por miles, pero me genera vergüenza la idea de formular textos incoherentes, mal escritos y con faltas ortográficas. Así que me censuro a propósito, solo para que ninguna de mis entradas puedan ver la luz. Y es un problema, porque siento que a la gente le gusta lo que escribo, de alguna forma les llega el mensaje o la enseñanza que pretendo dejar. Sin embargo soy un inconformista. Siento un terrible asco volver tras mis huellas y darme cuenta de que quiero cambiar o borrar todo lo escrito.

Para erradicar esta inconformidad y vergüenza existen varios métodos de los cuales no voy a referirme ahora mismo porque: “hola, esto es un prólogo”. Pero tomaré algún que otro consejo para poder avanzar, y así impedirle a mi cerebro que atente mis publicaciones con su violenta soledad y el frío abandono permanente. A fin de cuentas, si no escribo nada, siento que estoy insultando de alguna u otra forma a las personas que sí esperan algo entretenido o interesante para leer. Esto va a significar: (1) no tolerar mis propias entradas, y (2) rendirme ante cualquier prejuicio personal que tenga.

Este soy yo cada vez que escribo algo.

Eso de querer ser leído por miles es una total hipocresía, no tiene sentido anhelar fama cuando sientes vergüenza; patético.

Este amateurismo por las letras que corre por mis venas siempre ha pretendido entretener, entusiasmar, incluso ayudar a cualquiera que haya tenido un mal día. Me fascinaría que tras salir de estas columnas puedas tener un buen tema de conversación con la persona que está a tu lado. Que se la compartas a tu persona favorita, si con eso puedes establecer algún tipo de conexión. Para eso, tendré que trabajar mucho más en mi psicología que en las columnas que tengo en mente desarrollar. Y creo que definitivamente comenzaré alejando de mi vida todas las definiciones marcadas en “negrita” de este prólogo.